Biblioteca Nacional: Una encuesta de Clarín y el “gusto de la gente”

Según una agencia contratada por el diario Clarín –se trata, según informa el diario, de la encuestadora D´Alessio Irol-, el edificio de la Biblioteca Nacional aparece con un “19 % de las opiniones” en relación a lo que el propio diario designa, entrecomillando, como “el disgusto de la gente”. Interesante problema, menos referido a la arquitectura que al periodismo; menos ligado a la estética compleja de las metrópolis que a los preconceptos en torno a la comprensión de su historia arquitectónica; menos ligado a un juicio cabal –social y popular- sobre el patrimonio de la ciudad que sobre las obstinaciones de una manera de hacer encuestología. 

Del resultado de la encuesta, desprolijamente realizada, más desprolijamente comentada por el editor de la sección Arquitectura del diario, se desprende que habría una contradicción entre el juicio de los profesionales arquitectos y el de la “gente”. Sin embargo, el cronista no se detiene en esa cuestión, pues informa al pasar que “figura en el décimo puesto de la preferencia de los profesionales, con un 9,7 % de los votos”. En la fugacidad relativizante de un paréntesis de la nota, informa que Clorindo Testa –junto a Bullrich y Cazzaniga, responsables del diseño y construcción del edificio- sería “una especie de genio de la arquitectura argentina”. ¡Una “especie de genio” ideando el edificio “más feo”!

En realidad, la importancia que tendría una investigación de esa índole, sería la de contrastar un saber popular sobre la arquitectura pública de la ciudad con el juicio de los profesionales del ramo, tipo de problema bien conocido: las apreciaciones eruditas y su no coincidencia con las percepciones populares. Nunca dejó de haber contraposiciones de ese carácter en la historia de las artes. Y todo el problema del arte puede considerarse un gran debate entre la historia del juicio popular y la percepción que emana de los grandes legados visibles, canonizados por la crítica. En realidad, los préstamos, intercambios y circulación entre todos los estratos plebeyos y especializados del arte, es el juego mismo del arte. Las propias nociones de “feo” y “lindo”, propias del lenguaje corriente, hablan de acuerdos sociales basados en el sentido común, que son también materia de la crítica artística. Esta problematiza estos criterios, hasta el punto que puede dejarlos en pie, pero ya significando otra cosa, la fealdad y la belleza como partes del conocimiento colectivo según la manera en que los grupos sociales interpretan esos valores: superficialmente, por un lado, y con el juicio artístico valorando según los casos el arte kitsch como autoconciencia específica de poseer un nivel de imitación candorosa de la naturaleza.
Nos parece que el periodismo debe cuidar que este tipo de intervenciones que apelan a la “gente” –generalización que equivale a resignar criterios de clasificación y conceptualización más adecuados- no sustituyan la posibilidad de lanzarse realmente a pensar el arte en las metrópolis, sobretodo el arte arquitectónico, con criterios que aun siendo de divulgación no obturen el debate sobre el acervo urbano. Hacer parte de un ranking, entre fugaz y chistoso, las relaciones entre el palacio de Aguas Corrientes, la Casa de Gobierno, el Barolo, el Teatro Colón, etc., supone inhibirse para contar efectivamente la historia constructiva y arquitectónica de la ciudad, incluso omitiendo las visiones de los propios usuarios, pues también sería necesario hacer una historia social de la arquitectura urbana en el país.
La Biblioteca Nacional es una construcción de estilo que no pertenece al marco clásico de la arquitectura de Buenos Aires, edificio polémico que se sostiene precisamente en esa polémica, dándole a la zona donde se encuentra una perspectiva de heterogeneidad que se basa justamente en su opción escultórica y onírica. Tiene una vocación de comunicación telúrica, con volúmenes zoomórficos y suspendidos. Su capacidad narrativa es intensa y extraña. Puede no gustar pues, como dijimos, es polémico. Pero una obra de esta singularidad no puede quedar sometida a una especie de nota burlesca, plena de intencionalidades no explicitadas. La encuesta puede ser un llamado de atención sobre la opinión ciudadana respecto a los ámbitos urbanos y los esquemas convivenciales que permiten sus edificios clásicos o modernos, pero no parece contener los elementos necesarios para juzgar a la ciudad ni interpretar a los encuestados. Su tono zumbón, su vacuo pintoresquismo, su coqueteo con un gran tema dilapidado, su irresponsable uso de categorías como lindo o feo –lo que nunca se aclara si son parte de la lengua corriente que llaman a la reflexión o conceptos definitivos usados por encuestadores y editores del suplementos de arquitectura-, no parecen configurar la menor manera de interpretar el mundo urbano y la historia de las ilustres piedras que nos rodean.

Horacio González
Director Biblioteca Nacional