
Cierto día, en que la lucha era más cruenta, apareció Onagait, el espíritu supremo, tratando de que se apaciguaran los odios y la paz reinara entre las tribus. Como verdadero milagro renacieron el amor y la comprensión.
Muerto Onagait, los viejos rivales le sepultaron. Con verdadero estupor vieron que sobre su tumba nació al poco una planta desconocida; el Caa Jhe En, en cuya savia por su dulzura reconocieron al supremo espíritu (1).